sábado, 29 de marzo de 2008

Gahana Aantara...

Vartase koNa paataala adhi pramaaNa,
parijaanaati tava hasana
Tvam hasana,
nazyati mithyaatva.
Cintayati Veda...

jueves, 27 de marzo de 2008

Sattva... Satyam, satyam.

Tirohita mithyaatua, jaatu rasajJatva
prabhavat antaH.
Satya na anvartha,
param antah tvam vartase,
Sattva.











miércoles, 26 de marzo de 2008

Átha... ¡A Vlad Nedra!...

Desde el este, se aproximaba una oscuridad inesperada. Grandes nubarrones negros surgían tras los picos montañosos tiñendo el rosado resplandor crepuscular del día. El viento gélido y cortante atravesaba las colinas igual que una hoja afilada, como si el otoño fuera sólo un sueño apenas recordado. El hielo invernal se aferraba a los lugares hasta ahora protegidos por las sombras, un hielo que no se resquebrajaba bajo el peso de las botas. Tras salir de la oscuridad del anochecer, tres figuras se adentraron en el radio de luz de la hoguera.
La anciana bruja, de blancos cabellos enmarañados, levantó su aguileña mirada, y sus ojos albinos se abrieron de par en par al contemplar al enigmático trío. Conocía, sin dudas, a la silueta de la izquierda, el fuerte guerrero con la cabeza afeitada y un solo mechón de pelo largo y trenzado en el cuero cabelludo. Había venido en otras ocasiones, buscando señales y artilugios para sus extraños rituales. Aunque era un poderoso caudillo, ella siempre se había mostrado reticente en cuanto a sus intenciones, porque su naturaleza era malvada, y aunque los asuntos de la Luz y las Tinieblas rara vez tenían alguna importancia para la anciana bruja, incluso ella tenía límites.
El guerrero la contemplo con sus ojos grises. Era de hombros anchos, y llevaba argollas de oro en sus orejas. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, símbolo místico cuyo significado no se le escapaba a la astuta bruja.
El devoto oscuro hizo una señal a sus compañeros, y el que estaba más a la derecha pareció asentir. Era difícil de asegurar si se trataba de un hombre o una mujer, ya que la figura iba ataviada con una túnica negra que la cubría por completo y cuya gran capucha no dejaba ver sus rasgos. Ambas manos iban en voluminosas mangas que mantenía juntas.
―Buscamos la interpretación de unas señales proféticas ―dijo la figura encapuchada, como si hablara desde una gran distancia. Su voz claramente femenina no daba lugar a la duda, era definitivamente una mujer.
La voz de aquella fémina era silbante, casi un siseo, y había en ella una nota propia de un ser cósmico, no procedente de Nuevo Mundo. Apareció una mano, y la bruja retrocedió, porque la extremidad parecía tener escamas, como cubiertas de piel de serpiente. En ese momento, la anciana bruja reconoció a la criatura cósmica por lo que era: una sacerdotisa del mundo dimensional Snike. Un mundo sometido al yugo del dios Apofis. Comparados con los seres serpiente, la bruja tenía a los guerreros oscuros en alta estima.
Apartó su atención de las figuras de los extremos y se dedicó a estudiar a la del centro. Era una cabeza más alta que el guerrero y de una corpulencia incluso más impresionante. Lentamente se despojó de una capa de piel curtida, el cráneo totalmente afeitado iba cubierto de un casco, que arrojó a un lado. La bruja dejó escapar un grito ahogado, ya que era el devoto oscuro más atractivo que había visto en su larga vida. Llevaba los pantalones de piel curtida, chaleco y botas altas, y el pecho descubierto. Su cuerpo poderosamente musculado relucía a la luz de la hoguera, y se inclinó hacia delante para estudiar a la anciana. Su rostro, de una belleza casi perfecta, casi daba miedo. Pero lo que le había hecho gritar era el signo llagado, como una cicatriz, que lucía en el pecho.
―¿Me conoces? ―le preguntó a la bruja.
Ella asintió atemorizada.
―Sé quién pareces ser.
Él se inclinó hacia delante un poco más, hasta que su rostro quedó iluminado por el fuego, revelando su naturaleza.
―Soy quien parezco ser ―susurró él con una extraña sonrisa. Ella sintió miedo, porque tras sus atractivos rasgos, vio el rostro del mal auténtico, de un mal tan puro que desafiaba la templanza de cualquiera―. Buscamos la interpretación de unas señales que forman parte de una profecía ―repitió severamente.
―¿Hasta alguien tan poderoso tiene límites?
La bruja soltó una risita sarcástica.
La sonrisa del ser oscuro empezó a desvanecerse lentamente.
―Uno no puede predecir su propio futuro.
―Antes de empezar con lo que solicitáis, necesito oro ―dijo la anciana bruja, resignada al que probablemente iba a ser su propio futuro.
El hombre asintió. El guerrero sacó una moneda dorada de la bolsita que llevaba colgada del cinturón y la tiró de mala gana al suelo, frente a los pies de la bruja. Sin tocarla, ésta preparó algunos ingredientes en un viejo cuenco de cobre. Cuando el mejunje estuvo listo, lo vertió sobre la moneda de oro. Brotó un siseo, tanto de la moneda como de la mujer serpiente. Su mano escamosa empezó a trazar signos arcanos en el aire.
―Déjate de tonterías, mujer serpiente ―le espetó la bruja―. Tu magia de los abismos sólo falseará mi lectura.
Un suave toque en el hombro derecho y una sonrisa del hombre que estaba en el centro, quien asintió a la bruja, contuvieron la reacción de la sacerdotisa serpiente.
La bruja habló en tono ronco, con la garganta reseca a causa del miedo.
―Habla entonces. ¿Qué deseas saber?
Estudió la siseante moneda de oro, ahora cubierta de burbujas verdosas.
―¿Ha llegado el momento?
Una llama color esmeralda brillante brotó de la moneda y danzó. La bruja siguió sus movimientos de cerca. Sus ojos veían en la llama algo que nadie más que ella podía percibir.
―Las crepitaciones forman la esfera de fuego ―dijo tras un momento―. Aquello que eres, sé. Aquello que has nacido para hacer… ¡hazlo!
La última palabra fue casi un jadeo
Algo en la expresión de la bruja le resultó inesperado, pues el hombre le hizo otra pregunta.
―¿Qué más, vieja?
―No te alzas sin oposición, porque hay alguien que es tu perdición. No te alzas solo, porque tras de ti… no lo comprendo.
Su voz era débil.
―¿Qué?
Esta vez el hombre no mostraba sonrisa alguna.
―Algo… algo inmenso, algo terrible y divino.
El hombre se detuvo a pensar, pero se guardó para sí sus sospechas; se volvió hacia el guerrero y le habló con suavidad y tajante autoridad.
―Entonces, ve, Redhel. Emplea tus habilidades arcanas y descubre dónde reside… ―se atragantó al pensar de nuevo en sus sospechas, pero las descartó: no podía ser. Era imposible. Cuando se recuperó, prosiguió―, esta debilidad. Dale un nombre a nuestro enemigo. Encuéntralo ―el guerrero hizo una reverencia y salió de la cueva con gran sonoridad. El hombre se volvió hacia su bella acompañante femenina―. Levanta los estandartes, mi sacerdotisa, y reúne a los clanes de hechiceros leales, a los Túnicas Negras y a todo devoto oscuro que encuentres. Eleva más alto el estandarte que he escogido para mí mismo, y que todos sepan que emprendemos el regreso de las Fuerzas Oscuras. Que aquellos cuyas almas son mías nos sirvan buscando a nuestros enemigos. ¡Encuéntralo! ¡Destrúyelo! ¡Ve!
La mujer serpiente asintió una vez y salió de la cueva. El hombre con el signo en el pecho miró a la bruja a la cara.
―Entonces, desecho humano, ¿sabes que poderes oscuros están en movimiento?
―Sí, lo sé. Por el Dios Oscuro, Apofis, lo sé.
Él se rió, un sonido frío y carente de humor.
―Yo porto el signo de Snike. Yo soy el dios Apofis encarnado ―dijo señalándose la marca de nacimiento púrpura que tenía en el pecho, que parecía brillar intensamente a la luz del fuego. No era una simple deformidad sino algún tipo de talismán, ya que formaba la perfecta silueta de una serpiente. Levantó el dedo y señaló hacia arriba―. Yo tengo el poder aquí, y en todo el universo.
La bruja asintió sabiendo que la muerte corría a su encuentro. De repente, vocalizó un complejo encantamiento, moviendo las manos con furia en el aire. Una espiral de energía se manifestó en la cueva y un extraño aullido llenó la noche. Él que estaba ante ella se limitó a negar con la cabeza, le había confesado quien era y no podía permitir que ella se fuera de la lengua. La bruja le lanzó un conjuro que debería haberlo consumido en el sitio. Pero él permaneció indemne, sonriéndole de oreja a oreja, siniestramente.
―¿Quieres ponerme a prueba con tus patéticas artes, vieja?
Al ver que el conjuro no había surtido efecto, la bruja cerró los ojos lentamente y se sentó erguida, a la espera de su inminente destino. El hombre apuntó con un dedo y de él brotó un rayo de luz roja, que golpeó a la bruja. Ésta gritó de agonía, y luego estalló en un fuego incandescente. Por un instante, su oscura silueta se retorció en el interior de aquel infierno, y después las llamas se desvanecieron.
El hombre le echó un rápido vistazo a las cenizas que había en el suelo. Con una grave risa, recogió su capa y salió de la cueva.
En el exterior lo esperaban sus acompañantes, quienes le sujetaban el caballo. Más abajo, podía ver el campamento de su banda, aún pequeña pero destinada a ser numerosa. Montó.
Parena, átha...
―¡A Vlad Nedra! ―dijo.
Con un enérgico tirón de las riendas hizo girar a su caballo y condujo al guerrero y a la sacerdotisa serpiente colina abajo.
Texto de N.W.

Kâlibur...




lunes, 24 de marzo de 2008

El Tránsito...

Smrtayah...
Átha anusasanam ásmi...
Vastu...
Ásmi nirodhah dhaaranaa attasya
Smrtih asampramosah visaya anubhta.
***
Lo Externo

Lo Interno


In - Out
Inex-Terior
***
"Átra, mahiibhriti, ásti, rahasyam tale mahati shilaa. tat adhigamya, prakaashaya yogyesu anugraha: svaacchandya anuttara".